
Adoro a los perros, pero es tiempo de que aprendan de los gatos unas cuantas lecciones de amor propio y seguridad en sí mismos. Los felinos no hacen nada que no se les antoje hacer, y aun así los tratan como si pertenecieran a la antigua realeza egipcia. Sus dueños gastan fortunas en latitas llenas de suculentas viandas con sabor a hígado, y se consideran afortunados cuando su minino se digna entrar en la sala.
De los canes, se espera que coman cualquier cosa que se les arroje, que acudan de inmediato cuando se les silba y que vivan felices con cualquiera que los adopte de cachorros.
Los gatos jamás perseguirían a un conejo mecánico en una pista de carreras. Los perros son lo bastanre inteligentes para percatarse de que no van a alcanzar a "Patas Veloces", pero siguen persiguiéndolo porque desean complacer a sus amos.
Creo que es hora de que los perros digan "no": "No tiraremos de los trineos por toda Alaska a cambio de un tazón de maloliente estofado de pescado; no miraremos pasar el mundo encerrados en el asiento trasero de un auto; no permitiremos que nos pongan nombres ridículos como Nerón. Y basta ya de cartílagos grasosos. Queremos cortes finos".
Los gatos consiguen lo que desean porque no se conforman con llevar una vida de perros. Es cuestión de amor propio y de seguridad en sí mismo. Lo que los canes necesitan son unas cuantas sesiones de 12 pasos, impartidas por un orientador sensible. Tienen que darse permiso de sentirse bien consigo mismos, de dejar de buscar desesperadamente la aprobación de los demás, y de ya no mostrarse tan terriblemente dependientes. Si ha de ser el mejor amigo del hombre, Nerón tendrá que gozar por lo menos de un salario mínimo y prestaciones.